En los últimos tres años he viajado de Saint Paul a
Winona, en Minnesota, para asistir a las ordenaciones
sacerdotales en el Seminario Santo Tomás de Aquino de la
Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX). A pesar de
los varios compromisos e incertidumbres de mis
compañeros de viaje (al final terminé yendo solo),
quería hacerlo nuevamente este año. Dos factores pesaron
en mi decisión: el proyecto de un nuevo seminario en
Virgina que probablemente hará de éstas una de las
últimas ordenaciones a las que podré asistir aquí en
Minnesota y los rumores en torno a las negociaciones con
Roma.
El viaje me brindó algo de tiempo para contemplar el
papel que juega hoy la FSSPX en la Iglesia, necesario
por la falta de sana doctrina y la renuencia de sus
órganos oficiales para enarbolar las banderas católicas
y luchar. Reconozcamos que incluso las expresiones
ortodoxas eclesiales han menoscabado su carácter
sobrenatural y militante. El reinado de Cristo ha sido
relegado a una mera reflexión escatológica; la idea de
pecado ha sido reemplazada por la necesidad de crear una
atmósfera de apertura y “aceptación”; y el sufrimiento y
el sacrificio deben evitarse a todo costo. Mientras
tanto, el mundo ha usurpado la autoridad moral y
controla incluso el lenguaje mismo que usamos para
defender nuestra “libertad religiosa”. No es extraño,
por tanto, que la gente se haya alejado de la Iglesia,
que se presenta a sí misma como sólo capaz de proveer
los valores del mundo, pero en una forma pobre e
imitativa.
No estoy diciendo que la Iglesia Católica, jerárquica y
diocesana, no sea la verdadera Iglesia ni que haya
disminuido en su carácter místico y sobrenatural. Lo que
digo es que sus representantes han olvidado o rechazado,
en el orden natural y en el nivel humano, la auténtica
Tradición Cristiana. Algunos quizá con la mejor de las
intenciones, pero no obstante lo han hecho. En pocas
palabras: no confío en que el sacerdote católico anónimo
sea capaz de aconsejarme en asuntos espirituales ni
mucho menos de otorgar asistencia espiritual para mis
hijos. Recientemente participé en un evento en el que
varios sacerdotes y un obispo estuvieron presentes. Una
pregunta me había surgido algunos días antes con respeto
a las témporas, que –a mi entender- son penitenciales
pero que caen en la octava de Pentecostés. Consideré
preguntarle a uno de los sacerdotes, pero, por una vez,
triunfó la prudencia sobre la curiosidad y decidí no
hacerlo, considerando que el resultado más probable
sería un intercambio de palabras incómodo e
improductivo.
La FSSPX representa para mí –un católico relativamente
nuevo e inquisitivo- una fuente confiable de Verdad no
comprometida con la ideología moderna y políticamente
correcta. No deseo atribuir un carácter monolítico o
universal a la ciencia y piedad de sus miembros, pero en
general reflejan la Tradición Católica en su sentido
verdadero. Han sido marginados y calumniados. Todavía es
común leer sobre el grupo “cismático” y disidente de
ultratradicionalistas, aun a pesar de declaraciones de
Roma en sentido contrario. Sin embargo, la desaprobación
popular no ha disminuido su resolución, pues acrecientan
sus números de forma constante.
Su actitud de resistencia y su confianza en Dios
todopoderoso son de las más grandes lecciones de la
Fraternidad, esa actitud de abandono y de firme valentía
frente a una oposición abrumadora. Vendrán tiempos donde
aquellos que busquen matar católicos creerán hacer la
voluntad de Dios. Preciosa a los ojos del Señor es la
muerte de sus santos. Ése fue el sentido del sermón de
S.E. Monseñor Tissier de Mallerais, quien presentó al
protomártir San Esteban como ejemplo para los diáconos.
En total, este quince de junio fueron ordenados doce
nuevos diáconos y ocho nuevos sacerdotes.
Contrastemos la vitalidad de la Fraternidad con una
crónica del New York Times acerca del único sacerdote
ordenado este año en la Diócesis de Nueva York:
Este año, en la Arquidiócesis de Nueva York se ordenó
solo un sacerdote, el Padre D’Arcy. Es el primer año en
ocurrir cosa semejante desde que la arquidiócesis
inauguró su seminario hace más de 110 años. El número de
seminaristas ha venido declinado, en Nueva York y a
nivel nacional, desde los años sesenta. San José, el
imponente seminario de piedra de la arquidiócesis, en
Yonkers, abrió sus puertas en 1896 con espacio para 180
estudiantes. A mediados de los 70s, se graduaban cada
año 25 o 30, pero desde mediados de los 90s, la mayoría
de promociones tenía menos de diez sacerdotes. Antes de
este año, la promoción más pequeña fue la de 1998, con
solo dos sacerdotes. Los
números, cada vez más bajos, han forzado a la
arquidiócesis a hacer un cambio. Empezando el próximo
año, todos los seminaristas de las diócesis de Brooklyn
y Rockville Centre, que actualmente estudian en
Huntington, Nueva York, lo harán en el Seminario de San
José, junto con los de la arquidiócesis de Nueva York,
que no incluye Brooklyn ni Queens, pero se extiende, por
el norte, casi hasta Albany.
Mientras la FSSPX construye un nuevo seminario para
albergar un creciente número de candidatos al
sacerdorcio, en uno de los más grandes centros poblados
del país se fusionan seminarios por falta de
seminaristas. Notablemente, el Padre D’Arcy decidió
celebrar su primera misa en latín y, además, busca
inspiración en los mártires cristeros. Parece, incluso,
que todos los sacerdotes ordenados recientemente en la
diócesis de Nueva York tienen un apego particular al
viejo rito. Recordemos al Padre D’Arcy en nuestras
oraciones, porque tendrá que enfrentar muchas
dificultades en su labor por ser un sacerdote bueno y
fiel. Resulta triste pensar que, por la situación
actual de la Iglesia, no pudo tener 179 compañeros como
él.
¿Por qué los jóvenes continúan atraídos a la FSSPX a
pesar de su estigma? ¿Por qué perseveran en la vida
sacerdotal clérigos diocesanos como el P. D’Arcy,
sometiéndose al ridículo por el simple hecho de ser
curas y, peor aun, por hacer cosas medievales como
celebrar la misa tradicional? No puedo leer en sus
corazones, pero quizá tiene algo que ver con el
sentimiento expresado en el poema Benedictio Domini
de Ernest Dowson:
Without, the sullen noises of the street!
The voice of London, inarticulate,
Hoarse and blaspheming, surges in to meet
The silent blessing of the Immaculate.
Dark is the church, and dim the worshippers,
Hushed with bowed heads as though by some old spell.
While through the incense-laden air there stirs
The admonition of a silver bell.
Dark is the church, save where the altar stands,
Dressed like a bride, illustrious with light,
Where one old priest exalts with tremulous hands
The one true solace of man's fallen plight.
Strange silence here: without, the sounding street
Heralds the world's swift passage to the fire:
O Benediction, perfect and complete!
When shall men cease to suffer and desire?
(Lejos de las hoscas bullas de la calle / la voz de
Londres inarticulada / áspera y blasfema / encuéntrase
con la silenciosa bendición de la Inmaculada/ Oscura es
la iglesia y los fieles/ silenciosos e inclinados como
por un antiguo hechizo / mientras que a través del aire
cargado de incienso / flota la admonición de una
campanilla de plata/ Oscura es la iglesia, excepto el
altar / vestido como novia, ilustre e iluminado/ donde
un viejo cura exalta con trémulas manos/ el único solaz
en la miseria del hombre caído/ Extraño silencio aquí:
lejos de la calle ruidosa / anuncia el rápido paso del
mundo hacia el fuego/ ¡Oh, bendición, perfecta y
completa! / ¿Cuándo cesarán los humanos dolores y
deseos?)
Por mi parte, esta exaltación de lo sagrado como un
alivio al hosco y blasfemo rencor de las calles, fue lo
que me llevó a abandonar tanto los experimentos pagano y
protestante de nuestros tiempos. Nótese el énfasis en el
silencio y la particularidad con que se invoca al
“único solaz en la miseria del hombre caído”. Es
precioso y no se puede encontrar fuera de los pocos
bastiones de la tradición. Los jóvenes (entre quienes
todavía puedo considerarme) no renunciarían a los bienes
del matrimonio y de los hijos y de la vida en el mundo,
aun con todo lo oscura que ésta sea, por baratijas. Como
nos recuerda Dowson, él mismo un hombre equivocado y
desesperado, la verdadera fe católica, y específicamente
la misa, no es una baratija, sino algo terrible,
completo y que nos remite al sacrificio. Quizá sea la
dificultad de la tarea lo que lleva a los jóvenes a
renunciar a tanto por esto.
Decía monseñor Hughes en referencia a San Gregorio X que
“la aparición de un gran santo es la primera indicación
de que las cosas andan seriamente mal y que necesitan
urgente corrección, ya que el papel de los santos en la
iglesia es muy similar al de los profetas de la vieja
alianza”.
Debemos consolarnos en esto, porque implica que Dios
siempre está preparado para responder; y que su
respuesta es proporcional a las dificultades. Dios
proveerá todo lo que sea necesario y Sus caminos son
usualmente inesperados; no nos escandalicemos, pues, si
no logran asemejarse a nuestra noción moderna y secular
de “bondad”. A los pobres les fue predicado el
Evangelio, mas siguieron siendo pobres. La Iglesia será
restaurada, pero no todo será cómodo en el camino.
Mi actitud sobre los recientes acontecimientos entre la
FSSPX y Roma está templada por un cauto optimismo y no
presumiré de ofrecer una opinión sobre las inminentes
decisiones prudenciales respecto al futuro de la
Fraternidad. La plegaria es más productiva que la
polémica. Si estudiar la historia me ha enseñado algo es
que a pesar de lo desoladora que sea la situación,
debemos ir siempre hacia delante con esperanza y
confianza. Aunque la resolución sea obvia e
inmediatamente productiva o un aparente retroceso o
incluso algo al parecer peor, he de decir, aun con los
dientes apretados y el corazón roto: “Voluntas”; la
misma palabra que está escrita en una de las estacas que
marcan los cimientos del seminario fotografiadas en un
boletín de este nuevo proyecto de la FSSPX. Que esta
palabra y todo lo que significa, sirvan como cimiento de
todos los edificios que la Iglesia construya, tanto
temporales como espirituales. |