El sol se pone sobre América
Como
veterano de la guerra de la cultura americana, he visto
muchos resultados electorales decepcionantes.
Paradógicamente, en las elecciones presidenciales de
2012 el aspirante – un mormón neo-conservador – era
alguien de quien tenía serios reparos. Dicho esto, la
reelección de Barack Obama, y otras muchas
derrotas de los movimientos pro-vida y pro-matrimonio,
me golpearon como un puñetazo en el vientre. No es que
esperaba que la población americana se volviera virtuosa
de un día para otro.
Aún así, me quedé en estado de shock.
Tres cosas en particular hicieron que estas elecciones
fueran distintas de la gradual degeneración cultural y
religiosa: 1) la guerra por el alma de nuestra nación se
ha perdido; 2) los cristianos fieles ahora serán el
blanco del desprecio público de la élite, los tipos de
Hollywood y los medios; 3) el cisma de facto de
la Iglesia en América ha quedado patente.
Cuando se escriba nuestra Historia, el año 2012 se verá
como el principio del fin para la sociedad cristiana en
Estados Unidos. Se verá como el principio de la nueva
era totalitaria. Me recuerda una de las primeras escenas
de la película original de “La Guerra de las Galaxias”,
en la que el personaje de Peter Cushing, el Gobernador
Tarkin, declara de manera triunfante que, “los últimos
vestigios de la vieja república han sido borrados.”
Han habido otras fechas: 1865 (que marcó la
centralización del poder en manos del Gobierno Federal,
gracias a las enmiendas de la Guerra Civil); 1932 (el
inicio del socialismo americano con el New Deal y
el fin del patrón oro); 1973 (cuando el Corte Supremo
permitió la destrucción sin trabas de bebés americanos
en el útero). Estas cosas fueron más o menos
predestinadas por los mismos documentos fundacionales, a
su vez criaturas de la Ilustración.
Mientras que los católicos tradicionales no somos en
general forofos del sistema político americano – todo lo
contrario de los apologistas del Vaticano II, que alaban
el sistema americano como si fuera de origen divino –
deberíamos reconocer que lo que lo hizo mejor que casi
cualquier alternativa contemporánea era su impotencia
espiritual y práctica. Dicho de otro modo, aunque el
modelo constitucional americano no postulaba la Verdad,
al menos dejaba en paz a los que sí la proclamaban.
Pero ese día ya pasó.
Con el fracaso sonoro de los esfuerzos a favor de la
vida y el matrimonio en todos los ámbitos, hasta los
elementos más básicos que hacen que una sociedad
civilizada sea posible (la vida y el matrimonio) han
sido derrotados. Y estas pérdidas no podrán ser
recuperadas en futuras elecciones por dos razones:
primero, porque lo que dijo el Gobernador Romney
sobre la cultura de la dependencia del 47% de la
población americana y la consecuente hostilidad al
mensaje de un gobierno limitado y la responsabilidad
personal, fue políticamente tóxico, aunque cierto. La
crítica de Platón a la democracia fue profética:
una proporción cada vez mayor de la gente come en el
pesebre de la abundancia gubernamental, y se aprovechan
de ser una multitud para vivir mejor a costa de los
demás. Sus valores y autoestima disminuyen a la par.
Hemos llegado a un momento en que la balanza se inclina,
y el partido en el poder, de manera demagógica, seguirá
alimentando su dependencia en una simbiosis decadente.
La segunda razón es que el Partido Republicano es un
partido “blanco” y la demografía no ayuda a que un
partido principalmente blanco vuelva a ser mayoritario.
Es una lástima que los católicos hispanos o los
bautistas negros no voten a políticos a favor de la vida
y el matrimonio, pero la política de identidad es lo que
prima sobre cualquier otra consideración.
Lo que me asombra es que hace tan solo una docena de
años la sodomía era una ofensa criminal; ahora se estima
que las “relaciones” basadas en la sodomía están a la
par con una mujer y un hombre – una madre y un padre –
unidos en santo matrimonio.
Hace tan solo cuarenta años los abortistas clandestinos
eran encarcelados por matar niños dentro del útero. Pero
ahora estos asesinos son encumbrados como héroes de los
derechos civiles y de la libertad. Lo que metió entre
rejas a Larry Flynt hace treinta años ahora está
disponible en televisión por cable en millones de
hogares – con cosas mil veces más obscenas, por encargo,
en cada hotel de este país.
Este conflicto entre las fuerzas del bien y del mal
viene de lejos, pero lo que distingue 2012 del pasado es
que las fuerzas del mal – al menos en un sentido secular
y político – han triunfado. Este país ya nunca volverá a
ilegalizar el aborto y elevará los vínculos homosexuales
al estatus de “matrimonio” en toda la sociedad
americana.
Hemos visto la última prosecución por obscenidad. La
mayoría de niños nacerán fuera del matrimonio. Cada vez
menos heterosexuales se molestarán en casarse y se
limitarán a convivir. Los pocos niños que quedan para la
adopción serán repartidos entre homosexuales y parejas
heterosexuales casadas sin hijos. Que Dios nos perdone.
El perder la guerra cultural significa que los
vencedores, de modo totalitario, se negarán a tolerar a
los disidentes. Esta purificación ideológica será
multifacética, pero la punta de lanza será la
homosexualidad. Los que digan la simple verdad acerca de
la homosexualidad sufrirán una persecución económica –
facilitada por modernos centros de reeducación (es
decir, enseñanza en la diversidad, obligatoria para
empleados y estudiantes).
Se aproxima el tiempo en que un artículo como éste no
será tolerado. Habrá persecución parental: se atacará la
educación en casa, el último reducto de desafío contra
el monopolio de la enseñanza secular. Los derechos de
los padres – hasta los mismísimos lazos entre una madre,
un padre y su hijo – serán redefinidos dentro de una
generación. El estado se convertirá en co-padre y
“protegerá” a los niños de sus propios padres.
Estará prohibida la diseminación de ideas religiosas que
contravengan la ideología preponderante.
¿Burdas exageraciones?
¡Hombre! Hace cuarenta y cinco años los anticonceptivos
eran ilegales en algunos estados y se restringía su uso
a las parejas casadas en otros estados. Hoy en día,
hasta las instituciones católicas deben pagar por ellos,
porque, según nuestro líder, son un gran bien social.
Frente a estas embestidas, la primera línea de
resistencia debería ser la Iglesia. Sin embargo, aquí
está el problema: la quinta columna dentro de la Iglesia
está de acuerdo con muchos de estos cambios. La
apropiación de la actividad económica en un frenesí
socialista la perciben como una realización lógica del
ministerio social de Nuestro Señor. La aceptación de la
homosexualidad la perciben como un fruto de la compasión
cristiana. Evitan criminalizar el aborto so pretexto de
pluralismo religioso. No obstante, aún se acosa la
Hermandad San Pío X en el mundo entero por “cismática”,
por adherirse con tenacidad, durante esta arremetida
modernista, a lo que se ha enseñado desde tiempo
inmemorial. Los obispos cobardes, sin embargo, han
permitido que los lobos devoren a sus rebaños.
Lo que necesitamos ahora, más que nunca, es una voz
intransigente en la Iglesia: necesitamos obispos que
proclaman el Evangelio entero – en lugar de un
diálogo descerebrado con los que persisten en el error.
Necesitamos obispos que proclamen la verdad de
que fuera de la Iglesia Católica Romana no hay esperanza
ni salvación. Necesitamos obispos que excomulguen a los
que ostentan cargos públicos y perpetúan el asesinato
“legal” de los inocentes en el útero.
Si hay alguna prueba más clara del fracaso absoluto de
la “apertura” del Vaticano II al mundo, es el colapso
total del catolicismo en EEUU. ¿Cómo puede un católico
comprometido celebrar el cincuenta aniversario de este
cataclismo? Tiene tanto sentido como si la gente de
Dresde celebrara el bombardeo de su ciudad.
El día de rendir cuentas se acerca para un Iglesia que
tiende a su rebaño con una liturgia flácida y un
Evangelio diluido, compuesto de paparruchas
sentimentales. Hasta la fecha se han perdido dos
generaciones: los resultados están a la vista – una
mayoría de católicos votó a favor de un presidente que
estaba dispuesto a obligar a las instituciones católicas
a financiar el control de la natalidad. Hemos recorrido
mucho camino desde los tiempos en que los católicos
escuchaban a sus obispos. Dos milenios de autoridad
católica fue destruida en dos generaciones: increíble.
El cisma de facto entre nuestro obispos
pusilánimes y entre muchos sacerdotes llevará a una
situación muy parecida a la de la Revolución Francesa,
cuando habían dos tipos de sacerdotes – uno aprobado por
el estado y otro fuera de la ley; uno apóstata, y el
otro católico. Ya estamos viendo las señales. Están
denunciando a los pastores canadienses por incitar al
odio, simplemente por parafrasear la admonición bíblica
contra la homosexualidad.
La historia se repite. Todo esto ya ocurrió en México
hace tan solo ochenta años; ocurrió en Europa del Este
hace sesenta años, y está ocurriendo en Europa
Occidental ahora.
En nuestras familias “cristianas” ha entrado la
división – diferencias morales y religiosas que casi
imposibilitan las vacaciones compartidas. La decisión de
tener muchos hijos se ve como una irresponsabilidad,
incluso a veces por los abuelos. La decisión de educar
en casa se percibe como una extravagancia, por vecinos,
amigos e también por familiares. La religiosidad se
equipara a la mojigatería. Las opiniones sociales
conservadoras son problemáticas y se tachan de
intolerantes.
No obstante, hay precedentes para todo. Si tenemos que
ser marginados por el Señor, seremos marginados. Igual
que nuestros antepasados en períodos similares de la
historia, criaremos guerreros cristianos que se
enfrentarán a los retos que la mayoría de nosotros no
hubiéramos creído posibles. Nos unimos entorno a los
sacerdotes y religiosos que dicen la Verdad – y tenemos
que resistir.
El aspecto positivo en cualquier persecución es que las
zonas grises desaparecen. Será fácil distinguir los
enemigos de los amigos de Dios. Los conoceremos y no
estaremos solos.
Así que a rezar, y juremos nunca rendirnos en la lucha
por los no nacidos, por los niños, por los ancianos, por
los minusválidos. Sigamos haciendo lo mejor que podemos
para fortalecer las relaciones cristianas que nos
aportarán el apoyo que nos sostendrá. Agrupémonos en la
oración y la fe – pensemos en nuestros amigos cristianos
como en miembros de la familia extensa. Construyamos
comunidades enteras de católicos tradicionales
económicamente suficientes. Redescubramos nuestra
conexión con la tierra y cojamos de nuevo el arado.
Hay mucho que hacer – pero con la esperanza y la fe
saldremos adelante. |